YO Y LISBOA

"6 horas en Cáceres, 20 en autobús, 46 en Portugal y 72 horas inolvidables" 


Nadie podrá presumir de estar despierto a las cinco de la mañana y ofrecer una sonrisa acompañada de legañas y ojeras. Y es que cuando viajas, o como dirían los modernos de hoy en día, abandonas tu "zona de confort" no hay nada ni nadie que pueda impedir tu rebosante expectación por conocer un lugar y gente nueva. Aunque sí bien es cierto que la primera parada continuaría siendo en territorio español. Los cacereños -al igual que el Lince Ibérico- parecen ser una especie en extinción. Sin embargo, ello no evitó la visita a una iglesia, de cuyo nombre no quiero acordarme, acompañada de una marcha nupcial un tanto improvisada. Tras ello, una serie de arcaicas edificaciones se presentaban en nuestro camino. Aunque el monumento más sorprendente de todos era el de ver a un viandante por las calles de Cáceres. Por miedo a ser devorados por el ser maligno de la soledad, decidimos poner rumbo a la amiga fea de la Península Ibérica, Portugal. Una vez allí, la visita nocturna a realizar fue digna de un tronista de Mujeres y Hombres y Viceversa o una concursante de Gran Hermano. A pesar de ello, el día llegaba a su fin y, al menos de cara al exterior, se debía descansar. Aunque para algunos dicho descanso fuese un parpadeo de menos de un segundo.
El segundo día prometía ser palatino a la par que oceánico. Comenzamos con el Palacio Quinta da Regaleira, el cual bien podría ser denominado Palacio da Escaleras Curvas y Peligrosas. Este se situaba en un espacio tenue donde la inmensa niebla atenuaba su carácter misterioso. Para más inri, dos mininos ejercían las funciones de dueños del palacio. El segundo, pero no menos importante, fue el Palacio de Pena. Sinceramente, este no necesitaba ningún cambio de nombre, ya que precisamente eso, pena, era lo que sentías al ver la empinada cuesta que se presentaba ante él. Una vez superada la cuesta, que no la pena, unos estruendosos rugidos provenientes de las desérticas cuevas humanas nos hicieron recordar que en Portugal también se comía. Y allí que fuimos. Un local humilde pero acogedor, al cual -como no podía ser de otra manera- no se podía acceder sin superar una de las tan famosas cuestas. Por suerte, esta era ascendente a la ida, ya que de haber sido al contrario, el resultado hubiera sido más que vomitivo. Compartiremos Península, pero no costumbres. Al parecer, allí la siesta no debe ser muy común, o al menos, para aquellos seres acuáticos que se encontraban en el Oceanario. A pesar de su magnitud, nada tienen que envidiar sus "tocallos" que se bañan en las orillas de La Caleta, Santa María, etc. Sin darnos cuenta, habíamos visitado casi todo pero nos faltaba ella. Lisboa. Una ciudad que no presume pero no se avergüenza. Antes de marchar de nuevo al hotel, fuimos testigos de cómo nos ofrecían una degustación del chocolate atípico portugués, el cual decidimos rechazar al no venir acompañado con pan o churros. Dicen que lo bueno dos veces bueno. Por ello, repetimos la visita allá donde todos hablaban el mismo idioma, el de la noche. Por miedo a la española, algunos decidieron no acostarse con la portuguesa. Y no, no me refiero a mujeres, sino a camas, ya que aquellas ventanas prestaban a uno la necesidad de convertirse esa noche en el Romeo que busca a su Julieta. Esto hizo que las visitas mañaneras fueran de ensueño, o mejor dicho, con sueño. Sin embargo, no hay nada mejor para un buen despertar como un café duro de roca. Y es que el viaje que había comenzado con la melodía matrimonial ponía su punto y final con un ritmo psicodélico en el Hard Rock Café. Todos estos manjares musicales estuvieron acompañados por la cantinela de un guía con complejo de guía y de cómico. Todo palacio tiene su cuesta; todo bar tiene su cuesta; todo Lisboa tiene su cuesta; toda ida tiene su vuelta. En este caso, fueron de unas nueve horas con tan solo una parada. Cualquier adulto que lea esto pensará en que serían las nueve horas más aburridas de su vida. Sin embargo, aquellos jóvenes trataban de buscar cualquier tema de conversación para conseguir alguna que otra risa. Finalmente, el carruaje de Cenicienta llegaba a medianoche a su destino con padres, en forma de príncipes y princesas, a la espera. Habrá quien diga que tres días son pocos para viajar o que Lisboa no es destino turístico. Pero aquellos no sabrán que no importa el recorrido o el destino, si la compañía es buena.

"Obrigado"


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SOBRE EL AUTOR

Este mundo de hoy va demasiado deprisa: quieren conocerme cuando no lo he hecho ni yo todavía.

2 comentarios:

  1. Vaya puta mierda de blog , los he visto mejores , dedícate a otra cosa

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    1. Yo he visto seres humanos mejores así que dedícate a ser cerdo, aunque probablemente ni siquiera sepas revolcarte en el barro como es debido. La envidia de los demás es el mayor reconocimiento de que aquello que uno hace es bueno. De parte de alguien que te lee como forma de comunicarse contigo.

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